A menudo
retrocedo sin movimiento por la prudencia de estar a oscuras, la incertidumbre
se enciende pero lo absurdo es que los ojos están cerrados. Mi rostro es la del
necio, que ve en el umbral a través de tu sonrisa, y avanza vacilante sin
importar la distancia ni el futuro, vulnerable por cierto.
Te ilumina un muro de nostalgias
frente a la pasión que se queda junto a nosotras, cómplice del eterno y para
siempre túnel que nos hacen las sábanas, juegan y se ríen al vernos abrazadas.
Desnuda y en la mano el reino que se instala en el jadeo de nosotras amando. Es
fácil, exige dos cuerpos con la misma temperatura, la magia que parece una
fantasía junto al beso de nuestros fracasos. Toda una osadía que llega y nos
trae de regreso a las cosas más triviales.
Cuando llega la tarde, veo el
reloj y en el aire tu mirada, espero que te acerques de sorpresa, y mientras te
escribo un poema que seguramente no será mío. Después de todo suspiro, me
relajo y los deseos se hacen notar, al paso de setecientos veinte días el ganador
no importa, la alegría es para que te enfrentes conmigo y la luces se hagan el
espejo que te hará ver linda.
Es ese aroma que descontrola esta
rabia, esa sed de vos, pero que a veces se convierte en un océano de fuego que
no se calma ni con agua, que te mantiene lejos en tu infinita soledad, pero que
se apodera de mí y yo de ella. Y tu intimidad pasa a ser inmensa junto a la mía
que solo se sentiría vacía con la
muerte.
Quiero que me relates las culpas,
las intuiciones, me gusta cuando tu razón se transforma inverosímil, es una
coma que se traduce con un punto. Es dormir en la cama con un solo pronóstico,
con el aire nocturno que nos trae los calores donde estés y donde esté yo, una
construcción que levanta un surco con tu pelo, en él las estrellas.
Supiésemos entonces que el oro
nunca será verde, y el sol nunca dejará de calentar el universo, como vivir sin
nuestras vidas que al juntarse se transforma el hoy en el mañana del día
anterior para mantenernos en el mismo lugar. Esas cuestiones azarosas que se
anteponen a tus manos sobre mi piel, a tus caricias que hacen justicia, a tus
ojos que se muestran en conjunto para ser cómplice de esta pareja. De vos y de
mí.
Ahora el amor es solo de los
miércoles, que se convierten en el transcurso del paraíso al serlo todos los
días, como hace dos años hasta hoy, miércoles porque el viernes, el sábado, los
días, son el mismo. Un lago astillado que nos marca y al salir nos llena de
aventura, que recorre el campo con sus metáforas.
Un gobernante como tus dedos sobre los míos, de
atrás del vidrio que se llena de humedad y se transporta por tus uñas. Y el
aroma regresa otra vez para descontrolar lo que nunca controlamos, porque todo
sucede. Y atrás vos otra vez, y adelante yo, y tus ojos, y tus manos, y tu
piel, y tan solo tu corazón. Tu palabra que se convierte en la melodía
celestial del profeta que solo surge del tiempo, que va de la mano de todo esto
que se convierte en una sola cosa, siempre una, como una palabra traducida en
un te: amo.
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