viernes, 12 de julio de 2013

Cuchillo sin filo

El sol brilla por la ventana y la nostalgia remonta como el viento en el desierto levanta la tierra la extraño. Llaman al teléfono, como un acto amable de salvación, agradezco no haberme ahogado en nostalgia. Atiendo, es Gonzalo. Lo escucho con atención -vergüenza por el amor que no le puedo dar- y recuerdo que si bien hoy es nuestro aniversario, debo cortarle pronto antes que me crucifique por el resto de la vida pida casamiento. Me invita a cenar. Pasará por mí en media hora. Me miro al espejo estoy más gorda algo en mi corazón vestimenta no me permite sentirme a gusto conmigo misma, revuelvo el armario. En el fondo de una montaña inmensa encuentro unos zapatos azules que van bien con el vestido negro. Detengo en ellos la mirada por un rato y la nostalgia licua mi cabeza nuevamente, recuerdo a Rosario, una de la multitud que se torna única y especial cuando los segundos pasan. La primera cita con ella fue con esos zapatos, también la última. Rosario era de un pasado reciente, estaba entrenada a punto de recibirse de pastelera profesional, a diferencia mía. Yo recién me envolvía en el ambiente homosexual como cup cake recién horneado.
Al borde de la cama, me siento a leer:
“El cuerpo me pide movimiento, hacer algo con lo que tengo; con lo que siento y me duele.
Escucho “nothing else matters”, y no coincido con lo que dice Metallica, sí importa algo, no está todo perdido. Mis manos se deleitan desplazándose sobre la melodía que endulza mi oído. Voy a intentar cerrar los ojos y dejarme llevar por el sonido…
Bailo con cintas que sujetan mi cuerpo, me protegen de no caer, ocupan tu lugar, percibo ausencia, una búsqueda desesperada, busco tu mirada, una luz, el sol se asoma, pero tú aún no.
Ahora llueve, pero sonrío, y le grito al Cielo con la esperanza de que escuches lo que digo, de esquina a esquina en ese escenario inmenso distinto, oscuro, me deslizo apreciando muchos rostros, pero ninguno como el tuyo. Un ligero vestido sostiene la debilidad de mi cuerpo, y me dejo caer…
Se ilumina todo, y ahí estás, sosteniéndome, agarrándome de las nalgas, llevándome alto… una sonrisa aguda sacude a mi angustia, y ahí estás otra vez, el público aplaude, yo sigo jugando con las cintas coloradas, que desde un principio estuvieron pegadas en mi pecho, como lazos de sangre, como una herida que plantaste.”


La cena fue un funeral de sentimientos: enterré, en el último bocado, las promesas de amor que le había concedido meses atrás. Ya no había espacio para la duda: estaba enamorada de una persona que no era Gonzalo y tampoco hombre.

Rosario

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