miércoles, 31 de julio de 2013



 12/07/2012
Hola, mi Cielo:

                Ayer me di cuenta que yo soy medio chanta porque te escribo en la PC y después lo imprimo, y vos te tomás el trabajo de hacerlo a mano, aunque a mí me gusta escribir en un papel, de hecho me agrada más hacerlo de esa forma que de esta, pero con el invierno las manos y los dedos específicamente se ponen un tanto rígidos y lo único que quieren es esconderse en los bolsillos. Como vos y yo cuando tenemos muchas ganas de besarnos y la gente nos atraviesa con los ojos.

                Hoy no te voy a escribir una historia, hoy hace más frío que ayer y te cuento que mi corazón funciona inversamente proporcional al clima, entonces a más frío día, más caliente el corazón. Hoy tengo la sangre cálida, a pesar de que la piel está congelada. Y esa sangre llega al corazón y me recuerda a cuando nos conocimos. Porque el invierno es una representación fija de nuestro amor, nos cruzamos justo para no padecer la soledad de la cama en uno de los momentos del año más triste como lo es la baja temperatura corporal. Por eso, vos sos mi invernadero personal, el que me salvó y me salvará los cultivos del jardín.

                No quiero seguir contándote de mi estado en el amor porque creo que lo encontrás mejor que nadie cada noche abrazada a mi cuerpo. Por eso, te voy a hacer un resumen del día en pocas palabras:

                No me podía despertar, me costó realmente mucho. Me hice un café con leche (no hay más café, muerte), y salí a las corridas. Llegué a la secretaria y me comí la última frutigram que me quedaba (la disfruté muchísimo). Me fui a la sede de Reconquista y estuve con un compañero ahí un montón de rato, después volví y seguí trabajando. Escribí la carta y… No te puedo contar más porque así termina por el momento. En resumen, un día habitual pero cansador, con ganas de encontrarte en la camita y que me llenes de calor.        

                Como siempre, te amo toda, toda, toda.



B.


A menudo retrocedo sin movimiento por la prudencia de estar a oscuras, la incertidumbre se enciende pero lo absurdo es que los ojos están cerrados. Mi rostro es la del necio, que ve en el umbral a través de tu sonrisa, y avanza vacilante sin importar la distancia ni el futuro, vulnerable por cierto.

Te ilumina un muro de nostalgias frente a la pasión que se queda junto a nosotras, cómplice del eterno y para siempre túnel que nos hacen las sábanas, juegan y se ríen al vernos abrazadas. Desnuda y en la mano el reino que se instala en el jadeo de nosotras amando. Es fácil, exige dos cuerpos con la misma temperatura, la magia que parece una fantasía junto al beso de nuestros fracasos. Toda una osadía que llega y nos trae de regreso a las cosas más triviales.

Cuando llega la tarde, veo el reloj y en el aire tu mirada, espero que te acerques de sorpresa, y mientras te escribo un poema que seguramente no será mío. Después de todo suspiro, me relajo y los deseos se hacen notar, al paso de setecientos veinte días el ganador no importa, la alegría es para que te enfrentes conmigo y la luces se hagan el espejo que te hará ver linda.

Es ese aroma que descontrola esta rabia, esa sed de vos, pero que a veces se convierte en un océano de fuego que no se calma ni con agua, que te mantiene lejos en tu infinita soledad, pero que se apodera de mí y yo de ella. Y tu intimidad pasa a ser inmensa junto a la mía que solo se sentiría  vacía con la muerte.

Quiero que me relates las culpas, las intuiciones, me gusta cuando tu razón se transforma inverosímil, es una coma que se traduce con un punto. Es dormir en la cama con un solo pronóstico, con el aire nocturno que nos trae los calores donde estés y donde esté yo, una construcción que levanta un surco con tu pelo, en él las estrellas.

Supiésemos entonces que el oro nunca será verde, y el sol nunca dejará de calentar el universo, como vivir sin nuestras vidas que al juntarse se transforma el hoy en el mañana del día anterior para mantenernos en el mismo lugar. Esas cuestiones azarosas que se anteponen a tus manos sobre mi piel, a tus caricias que hacen justicia, a tus ojos que se muestran en conjunto para ser cómplice de esta pareja. De vos y de mí.

Ahora el amor es solo de los miércoles, que se convierten en el transcurso del paraíso al serlo todos los días, como hace dos años hasta hoy, miércoles porque el viernes, el sábado, los días, son el mismo. Un lago astillado que nos marca y al salir nos llena de aventura, que recorre el campo con sus metáforas.
Un gobernante como tus dedos sobre los míos, de atrás del vidrio que se llena de humedad y se transporta por tus uñas. Y el aroma regresa otra vez para descontrolar lo que nunca controlamos, porque todo sucede. Y atrás vos otra vez, y adelante yo, y tus ojos, y tus manos, y tu piel, y tan solo tu corazón. Tu palabra que se convierte en la melodía celestial del profeta que solo surge del tiempo, que va de la mano de todo esto que se convierte en una sola cosa, siempre una, como una palabra traducida en un te: amo.

viernes, 12 de julio de 2013

Cuchillo sin filo

El sol brilla por la ventana y la nostalgia remonta como el viento en el desierto levanta la tierra la extraño. Llaman al teléfono, como un acto amable de salvación, agradezco no haberme ahogado en nostalgia. Atiendo, es Gonzalo. Lo escucho con atención -vergüenza por el amor que no le puedo dar- y recuerdo que si bien hoy es nuestro aniversario, debo cortarle pronto antes que me crucifique por el resto de la vida pida casamiento. Me invita a cenar. Pasará por mí en media hora. Me miro al espejo estoy más gorda algo en mi corazón vestimenta no me permite sentirme a gusto conmigo misma, revuelvo el armario. En el fondo de una montaña inmensa encuentro unos zapatos azules que van bien con el vestido negro. Detengo en ellos la mirada por un rato y la nostalgia licua mi cabeza nuevamente, recuerdo a Rosario, una de la multitud que se torna única y especial cuando los segundos pasan. La primera cita con ella fue con esos zapatos, también la última. Rosario era de un pasado reciente, estaba entrenada a punto de recibirse de pastelera profesional, a diferencia mía. Yo recién me envolvía en el ambiente homosexual como cup cake recién horneado.
Al borde de la cama, me siento a leer:
“El cuerpo me pide movimiento, hacer algo con lo que tengo; con lo que siento y me duele.
Escucho “nothing else matters”, y no coincido con lo que dice Metallica, sí importa algo, no está todo perdido. Mis manos se deleitan desplazándose sobre la melodía que endulza mi oído. Voy a intentar cerrar los ojos y dejarme llevar por el sonido…
Bailo con cintas que sujetan mi cuerpo, me protegen de no caer, ocupan tu lugar, percibo ausencia, una búsqueda desesperada, busco tu mirada, una luz, el sol se asoma, pero tú aún no.
Ahora llueve, pero sonrío, y le grito al Cielo con la esperanza de que escuches lo que digo, de esquina a esquina en ese escenario inmenso distinto, oscuro, me deslizo apreciando muchos rostros, pero ninguno como el tuyo. Un ligero vestido sostiene la debilidad de mi cuerpo, y me dejo caer…
Se ilumina todo, y ahí estás, sosteniéndome, agarrándome de las nalgas, llevándome alto… una sonrisa aguda sacude a mi angustia, y ahí estás otra vez, el público aplaude, yo sigo jugando con las cintas coloradas, que desde un principio estuvieron pegadas en mi pecho, como lazos de sangre, como una herida que plantaste.”


La cena fue un funeral de sentimientos: enterré, en el último bocado, las promesas de amor que le había concedido meses atrás. Ya no había espacio para la duda: estaba enamorada de una persona que no era Gonzalo y tampoco hombre.

Rosario